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La Paz

Grande debió ser la sorpresa que se llevó el explorador español Fortún Jiménez cuando llegó a este brazo del territorio, más allá de su propia frontera, pensando que era una isla: nuevos matices y tonalidades en los paisajes, los arcaicos grupos tribales tan diferentes de resto del territorio, las aguas tranquilas y cristalinas de la bahía, su materia volcánica y sus extraordinarios atardeceres. Lo mismo debe de ocurrir entre los miles de turistas que viajan ahora de manera apacible a esta tranquila ciudad para darse alojo momentáneo en el paraíso.

Sin dejar de lado el paisaje de la ciudad –la bahía, el malecón, la vegetación y la fauna¬–, lo que puede hacerse en esta ciudad va desde la visita a los restaurantes y centros nocturnos junto al malecón, los deportes acuáticos (motos, esquí, buceo, entre otros) conciertos o el reposado disfrute de sus playas (Caimancito, Pichilingue, Balandra y Tecolote, Corumuel, etc.) e islas de ambiente cálido y seco, hasta la visita a algunos de sus edificios históricos, museos y tiendas.