Aerolitoral

Viajes y Vuelos

Aerolitoral

Montreal: con la música en las venas

POR EL VIEJO MONTREAL
El avión desciende y entre la bruma empiezan a verse los primeros suburbios. Una hora después, estamos en el corazón del viejo Montreal: calle St. Paul, Hotel Nelligan, habitación 216. Desde la ventana se ve poco movimiento, pero, evidentemente, esto no es un pueblo fantasma; la gente debe de estar en alguna parte.

Caminamos por las estrechas calles adoquinadas de la ciudad antigua, hacia el viejo puerto, abandonado para las actividades marítimas y ahora convertido en uno de los espacios recreativos más visitados de la ciudad. No hace falta más que recorrer unas cuantas cuadras: ahí están todos, ocupando las terrazas de todos los restaurantes, bares y cafés. Los montrealenses quieren aprovechar al máximo los últimos rayos de sol, antes que caiga el implacable invierno de –30º C.

Los visitantes entran y salen del Centro de Ciencias, donde se encuentra la popular pantalla IMAX que atrae, especialmente, a los niños. En el ambiente suena una tonada familiar, acompañada de ciertas percusiones y de cierto ritmo… No puede ser otra cosa sino… ¡salsa! “Tu amor fue candela”; el tropical canto sale de un CD, en un restaurante italiano de ésta, una de las ciudades más francófonas de Canadá. Cuando las notas hacen corto circuito en el cerebro, la mirada se dirige al interior del local en busca de algún latinoamericano. La sorpresa es que no hay ninguno; el DJ, en este caso, es un canadiense de veintitantos años.

Seguimos el recorrido sobre el andador y entonces surgen, desde algún amplificador, muy lejos de nosotros, las notas de una canción que se descompone en el aire. Esta vez se trata de alguien que interpreta en vivo… pero en árabe. Nos encaminamos hacia allá pero, a mitad del camino, la música cesa. Nunca sabremos de qué se trataba. Vamos ahora hacia la Plaza Jacques Cartier. Encontramos a un grupo de afro-canadienses, formado por padre y dos hijas, que tocan tambores de acero usados para el calypso; interpretan “I passed the rain down in Africa… gonna take some time…” y otras canciones de los años ochenta. Echamos unas monedas a la colecta y cruzamos la avenida.

Ahora caminamos por el legendario mercado público de la ciudad de los años 1800, bautizado así en honor de Jacques Cartier, primer europeo en pisar Montreal. Poco o nada queda del mercado de entonces. Hoy es un punto de referencia que transpira turismo, donde los restaurantes y bares se suceden uno a otro a ambos lados de la plaza y los artistas callejeros compiten por la atención del público y por sus monedas.

Entre el talento local, destacan dos adolescentes en micro shorts, que tocan el chelo y el violín, sentadas bajo la estatua de Nelson; se lo toman como si pertenecieran a la filarmónica. Dos pasos adelante, un cantante, con guitarra en mano, interpreta “Stand by me” y, de vez en cuando, platica con la concurrencia para ganarse algún aplauso… sin lograrlo.

Algo más al fondo, tocan los indiscutibles reyes del lugar: un quinteto de música andina que trae vuelta loca a la gente; son morenos, de cabello largo y muy negro, y se hacen llamar Canto Nuevo. Durante el descanso, hablo con el percusionista. Me dice que han grabado hasta ahora tres discos –mismos que venden durante el show– y que son originarios de Chile y Ecuador, pero que él, curiosamente, es de Irán –sí, mas habla un perfecto español–. La plática termina abruptamente cuando reanudan el espectáculo. El público que se congrega es casi tan diverso como la población de Montreal: franco-canadienses, anglo-canadienses, asiáticos, negros. Una mujer musulmana baila animada, con pañoleta sobre la cabeza y un kaftán medio abierto que muestra unos jeans debajo.

Cuando la mirada gira hacia las calles contiguas, se topa con fachadas de piedra de edificaciones de más de 400 años, que hoy alojan galerías de arte, tiendas de souvenirs, restaurantes, pequeños cafés. Seguimos a un trompetista itinerante que recorre la calle St. Paul haciendo continuas paradas para tocar, y nos encontramos con un joven acompañado por un acordeón y una bailarina de falda corta que zapatea, sobre una tarima de madera, una tonada de los Alpes; algo decepcionados por falta de quórum, se preparan para partir.

Nosotros hacemos lo mismo, pero a causa del hambre, y nos dirigimos a cenar a Chez L’Epicier, un restaurante de fusión. Ordenamos un Bordeaux rojo, seguimos con una entrada sorpresa –literalmente, servida en una caja sorpresa de tres compartimientos– y terminamos con un club sándwich de chocolate y frituras de piña.

UNA NOCHE EN LA CIUDAD
Mientras descansamos un rato en el Hotel Nelligan –¡qué mullida cama!– vemos en la tele un concierto de música latina. Al principio creemos que se trata de un programa de televisión por cable, pero un cantante nos saca de la duda: “Para toda la gente de Montreal”. Sí, es una transmisión local: se trata del festival de merengue de la ciudad, que tuvo lugar en fechas muy cercanas al de jazz –que cada mes de julio atrae a más de 1.5 millones de fanáticos– y al Francofolies, foro de expresiones musicales francesas provenientes de todo el mundo.

Además de estas celebraciones, Montreal tiene sus lugares de culto. Uno de ellos es Biddle’s Jazz & Ribs, abierto por un legendario jazzista local, Charlie Biddle, muerto recientemente, a quien se le dedicó la última edición del festival de jazz de la ciudad. En este local se puede escuchar a los mejores exponentes de la escena musical; de hecho, durante el festival de jazz, el sitio está abarrotado y no se puede poner un pie en él.

Les Deux Pierrots es otro bar con música en vivo, también con su trayectoria, misma que, al parecer, enorgullece a los propietarios, pues en la entrada hay una placa que dice: “Depuis 1974” (desde 1974). Y sí, los montralenses afirman que desde esa fecha ha sido muy frecuentado por los amantes de la francofonía; claro, también por turistas que, simplemente, pasan por la calle St. Paul y lo ven tan animado que entran a tomar una cerveza y salen después de 10.

Pero no todo es jazz en Montreal. Prueba de ello es el Barrio Latino, una de las zonas con más vida, ya que buena parte de él es un distrito estudiantil cuyo corazón es la Universidad de Quebec en Montreal. Aquí el aire es menos turístico, más francés e incluso algo parisino; de hecho, mucha gente no habla inglés o se resiste a hacerlo, y uno debe arreglárselas con sus nociones básicas de la lengua gala. Este sentimiento de defensa de su lengua y cultura se expresa a cada momento en la leyenda que ostentan las placas de los autos: “Je me souviens” (yo recuerdo), que se refiere a que no olvidan su innegable origen francés.

Leave a Reply